Delitos de lenguaje
Se puede decir que existe una gran variedad de delitos de lenguaje, como la proposición, la conspiración, el soborno, el perjurio, la difamación, las amenazas, y el plagio entre otros. En este caso, la principal diferencia entre este tipo de delitos y otros en los que hay evidencias lingüísticas es que basta la amenaza verbal, la solicitación o la oferta para que se constituya el delito. En estos casos la dificultad no radica en identificar al autor si no en determinar si ha habido o no delito. Como estos delitos son en esencia actos de habla, hay que tener en cuenta no solo lo que se ha dicho (acto locucionario), si no también lo que se quiere decir (acto ilocucionario) y el efecto que tiene en el oyente (acto perlocucionario).
El concepto de contaminación coloquial (Shuly 1993), es igualmente crucial para determinar si se ha cometido un delito de lenguaje o no. En una conversación en la que, por ejemplo, tiene lugar una conspiración o solicitación, es muy importante fijarse en quien ha introducido el tema y como responde la otra persona.
Finalmente, en otro caso mencionado por Solan y Tiersma, un hombre llamado Lawrence Gerenstein fue acusado de conspiración y proposición para matar a su mujer. Incluso con la ausencia de una proposición directa al otro hombre, se incriminó a sí mismo hablando de los diferentes tipos de armas que se podían utilizar para perpetrar el crimen.
El deber de un forense lingüista, como en cualquier investigación forense, es observar lo que puede no ser evidente a simple vista. Sabe lo que tiene que escuchar en una conversación (estrategias de respuestas, patrones de interrupción, duración de las pausas, actos del habla, inferencias, etc). Los lingüistas forenses deben poseer una gran experiencia en diversas áreas de análisis lingüístico. Del mismo modo, los que se encargan de los delitos de lenguaje necesitan una sólida formación práctica. Después de llegar a sus conclusiones, deben transmitirlas de manera sencilla y no técnica a su audiencia.
En cuanto a las limitaciones, las numerosas variables que entran en juego en la identificación de la autoría mediante la lingüística forense pueden afectar considerablemente a su fiabilidad. El lingüista no siempre tendrá la suerte de encontrar una palabra u otra evidencia que le guíe a una conclusión firme. Por esa razón, muchos análisis lingüísticos pueden ser inconcluyentes, y consecuentemente, no usados en el juicio. El uso práctico tampoco está exento de limitaciones. Por ejemplo, la diferencia entre actos locucionarios, ilocucionarios y perlocucionarios no está siempre clara, lo que hace altamente problemática la atribución de intencionalidad. Además, el hecho de depender de grabaciones de audio sin poder tener en cuenta el lenguaje corporal o confiar en la explicación de lo que el testigo cree que se dijo, pueden volver la evidencia imprecisa o inadmisible en el juicio.